Acabo de pasar tres días en Phnom Penh. No creo que haya que dedicarle tanto tiempo a esta ciudad. Al fin y al cabo, no hay mucho que ver.
Los pocos monumentos destacables se pueden visitar en un solo día.
El resto es pasear por las calles para conocer un poco la vida de los habitantes, pero me parece que es una ciudad menos variada y menos interesante que otras ciudades asiáticas.
Me ha llamado la atención la diferencia en el uso de los tuk-tuks aquí, especialmente en comparación con Bangkok.
En Bangkok, solo los utilizan los turistas. Los lugareños utilizan el transporte público o los taxis, que son muy numerosos y más baratos. Aquí, casi no hay taxis ni transporte público, el tuk-tuk es un medio de transporte muy habitual para los habitantes de Phnom Penh.
Finalmente, lo que más me interesó fue pasear por la orilla del Mekong para observar las costumbres de los habitantes de Phnom Penh.
Aun así, hice algunos encuentros interesantes, en particular el de un quebequés que es realmente un personaje, tanto por su forma de vestir y hablar como por su filosofía. Es alguien que parece un poco perdido en la vida, muy solitario, que aterrizó en Camboya porque tenía un amigo allí y que parece aburrirse profundamente. Es un antiguo marinero, ha viajado mucho por el mundo y, finalmente, parece que ha encontrado en Camboya el lugar ideal para pasar su jubilación. Le dejo esa opinión, que por el momento no comparto, pero espero cambiar de opinión cuando descubra el resto del país.
Hoy me voy a Kampot, una ciudad costera famosa por su pimienta (la mejor del mundo) y luego a las islas, que parecen ser un lugar realmente idílico.