Una amiga de mi pareja vino a visitarnos dos días, justo cuando también estaba en la ciudad un «amigo». Pongo «amigo» entre comillas porque en realidad no es un amigo, es alguien que se puso en contacto conmigo a través de Facebook tras un texto que publiqué sobre Hua Hin, nos caímos más o menos bien y, cuando me dijo que estaría en Hua Hin unos días, quedamos para tomar algo.
Y como íbamos a cenar con la amiga de mi mujer, le invité a venir también. Eso les permitió conocerse. Me cae muy bien esa mujer. Es muy discreta, pero tiene mucha clase. Se siente un poco sola desde que se divorció hace dos años y le gustaría encontrar pareja.
En resumen, este francés que conoció en Facebook se enamoró de la amiga de mi pareja, charlaron durante gran parte de la velada y decidieron volver a verse al día siguiente en Bangkok, justo antes de que él tomara el avión para regresar a Francia. Le hizo un montón de fotos y, sobre todo, antes de tomar el avión, le ofreció regalarle una joya, pero ella lo rechazó. Quiero precisar que se trata de una mujer que no tiene ningún problema económico.
Pero en cuanto el francés subió al avión, ella llamó a mi pareja para contárselo. Y le habló de la joya.
Mi pareja tuvo la misma reacción que su amiga, una cierta admiración por un hombre capaz de regalar una joya a una mujer cuando solo se conocen desde hace un día.
Aparte del hecho de que tengo un problema particular con las joyas que, por cierto, no tiene nada que ver con su coste (siempre he sufrido una especie de alergia a las joyas, epidérmica), me parece una locura que una mujer lo interprete de esa manera.
En resumen, eso significa que, independientemente de lo que tengamos en la cabeza o en el corazón, podemos «comprar» a una mujer regalándole una joya.
Este tipo de reflexión y reacción me hace querer estar soltera.